miércoles, 7 de agosto de 2013

Recopilación de textos antisistema de todo lo que vea en intener (III): Destruyamos el trabajo asalariado

 Frase Libertad sin amos


En su origen la palabra española «trabajo» remite a un instrumento de tortura, el tripalium. Y en alemán y ruso la etimología para «trabajo» (arbeitrabot), de origen indoeuropeo, pertenece a la misma raíz que da lugar a la palabra «robot», que significa «esclavo».

Si seguimos buscando en otras lenguas encontramos ejemplos parecidos que, como mínimo, nos dejan claro que el trabajo nunca fue plato de gusto.


Al menos ciertos trabajos: griegos y romanos distinguían entre «labor» y «trabajo» y usaban diferentes palabras para referirse a cada cosa. La labor era la tarea del hombre libre: la política, el debate filosófico, la caza, la guerra…

 Lo demás, la actividad productiva cotidiana, era casi todo cosa de esclavos. Una idea que, con o sin distinta terminología, se ha dado en todas las civilizaciones de la Historia hasta fechas bien recientes. En la Edad Media, el Renacimiento y en realidad hasta el advenimiento de la doctrina capitalista liberal, el trabajo manual no sólo era cosa de siervos o castas inferiores: es que estaba mal considerado. Ser artesano, maestro, agricultor o lo que fuere se consideraba una mancha en el currículum social del individuo.

 En la literatura española del Siglo de Oro se hace alarde de la vagancia del hidalgo, que no da un palo al agua en su vida y presume de ello, dejando por rústico y poca cosa al que se gana el pan con el sudor de su frente.

Esta mentalidad se mantuvo durante siglos, hasta que el auge de las naciones protestantes y el triunfo de la burguesía establecieron una nueva mitología en torno al trabajo como indicador de éxito, garante de la Gracia Divina y signo de salvación. Poco a poco, y no sin resistencias, esta filosofía ha ido extendiéndose por toda la Tierra y en la actualidad incluso naciones tenidas por perezosas, como la española, enarbolan la bandera del trabajo como virtud máxima del ciudadano.

El trabajo asalariado es la renuncia a nuestra propia identidad, la valoración económica de nuestras mentes, es aceptar ser vigilados, evaluados y reprimidos por nuestros vigilantes bajo la amenaza de abrir un expediente sancionador como poco, pasar por el aro a ostias. El trabajo asalariado es trabajar en una cárcel.







Éste, en puridad, es un obedecer constantemente a otros, día tras día durante lo sustantivo del tiempo de vigilia, año tras año, sin participar en la determinación de la naturaleza, fines, significación y procedimientos del acto productivo, sin poder hacer uso de las propias facultades psíquicas, reflexión y volición sobre todo, ni en sus formas colectivas ni en las individuales.
De ahí resulta un sujeto que ha sido hecho, por unos actos de sumisión repetidos infinitas veces durante toda la vida laboral, ininteligente y torpe en todo, sin voluntad propia e irresponsable, además de forzado a ser egoísta (dar lo menos por lo más, en la medida que se pueda, es consustancial al salariado, lo que crea también hábito) e interesado. Asimismo se convierte al asalariado en ente monetizado, hedonista, pues los placeres de los sentidos son la compensación que se otorga a quien ha de dedicar lo cardinal de su tiempo y energía a trabajar para otros, por tanto, a las ordenes de otros, y cosista, además de insociable en lo que más cuenta.
De todo eso se desprende una declinación, dramática por inexorable, de las cualidades intelectuales y morales del sujeto, pues el régimen del salariado es un amaestramiento, durante toda la vida, en los peores disvalores y en los mas execrables vicios, ocasionando una mutilación constitutiva del sujeto, quizá transgeneracional, que no ha de ser admitida en una sociedad razonablemente libre. De ahí que ésta no pueda aceptar el sistema de dictadura fabril asentado en el salario, un régimen de “semiesclavitud”, según Aristóteles, que crea seres no aptos para la participación en la conducción de la sociedad conforme a las reglas de la democracia.
En ello reside el aspecto negativo fundamental del sistema asalariado, y no en la explotación. Ésta, que existe y es muy real, con toda su carga de daño, no es lo principal. Lo que produce el trabajo asalariado como bien fundamental para el orden constituido no son mercancías, no es plusvalía, sino que son seres ¿humanos? aptos, sobremanera aptos, para ser dominados políticamente. El economicismo de la economía política y de sus seudocríticos, Marx en primer lugar, pone el acento en los objetos y en los valores medibles monetariamente, dejando en la sombra lo que es más decisivo: la empresa capitalista como lugar fundamental de constitución de un tipo de seres que se adecuan y son útiles a la dictadura política liberal.
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Éste, en puridad, es un obedecer constantemente a otros, día tras día durante lo sustantivo del tiempo de vigilia, año tras año, sin participar en la determinación de la naturaleza, fines, significación y procedimientos del acto productivo, sin poder hacer uso de las propias facultades psíquicas, reflexión y volición sobre todo, ni en sus formas colectivas ni en las individuales.
De ahí resulta un sujeto que ha sido hecho, por unos actos de sumisión repetidos infinitas veces durante toda la vida laboral, ininteligente y torpe en todo, sin voluntad propia e irresponsable, además de forzado a ser egoísta (dar lo menos por lo más, en la medida que se pueda, es consustancial al salariado, lo que crea también hábito) e interesado. Asimismo se convierte al asalariado en ente monetizado, hedonista, pues los placeres de los sentidos son la compensación que se otorga a quien ha de dedicar lo cardinal de su tiempo y energía a trabajar para otros, por tanto, a las ordenes de otros, y cosista, además de insociable en lo que más cuenta.
De todo eso se desprende una declinación, dramática por inexorable, de las cualidades intelectuales y morales del sujeto, pues el régimen del salariado es un amaestramiento, durante toda la vida, en los peores disvalores y en los mas execrables vicios, ocasionando una mutilación constitutiva del sujeto, quizá transgeneracional, que no ha de ser admitida en una sociedad razonablemente libre. De ahí que ésta no pueda aceptar el sistema de dictadura fabril asentado en el salario, un régimen de “semiesclavitud”, según Aristóteles, que crea seres no aptos para la participación en la conducción de la sociedad conforme a las reglas de la democracia.
En ello reside el aspecto negativo fundamental del sistema asalariado, y no en la explotación. Ésta, que existe y es muy real, con toda su carga de daño, no es lo principal. Lo que produce el trabajo asalariado como bien fundamental para el orden constituido no son mercancías, no es plusvalía, sino que son seres ¿humanos? aptos, sobremanera aptos, para ser dominados políticamente. El economicismo de la economía política y de sus seudocríticos, Marx en primer lugar, pone el acento en los objetos y en los valores medibles monetariamente, dejando en la sombra lo que es más decisivo: la empresa capitalista como lugar fundamental de constitución de un tipo de seres que se adecuan y son útiles a la dictadura política liberal.
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Examinemos, aunque de manera harto lacónica, la forma más común de práctica amaestradora y modo de inculcación de hábitos del sujeto común que tiene lugar en nuestra sociedad, el trabajo asalariado (también desempeña una función similar el sistema educativo, en especial, la enseñanza universitaria).
Éste, en puridad, es un obedecer constantemente a otros, día tras día durante lo sustantivo del tiempo de vigilia, año tras año, sin participar en la determinación de la naturaleza, fines, significación y procedimientos del acto productivo, sin poder hacer uso de las propias facultades psíquicas, reflexión y volición sobre todo, ni en sus formas colectivas ni en las individuales.
De ahí resulta un sujeto que ha sido hecho, por unos actos de sumisión repetidos infinitas veces durante toda la vida laboral, ininteligente y torpe en todo, sin voluntad propia e irresponsable, además de forzado a ser egoísta (dar lo menos por lo más, en la medida que se pueda, es consustancial al salariado, lo que crea también hábito) e interesado. Asimismo se convierte al asalariado en ente monetizado, hedonista, pues los placeres de los sentidos son la compensación que se otorga a quien ha de dedicar lo cardinal de su tiempo y energía a trabajar para otros, por tanto, a las ordenes de otros, y cosista, además de insociable en lo que más cuenta.
De todo eso se desprende una declinación, dramática por inexorable, de las cualidades intelectuales y morales del sujeto, pues el régimen del salariado es un amaestramiento, durante toda la vida, en los peores disvalores y en los mas execrables vicios, ocasionando una mutilación constitutiva del sujeto, quizá transgeneracional, que no ha de ser admitida en una sociedad razonablemente libre. De ahí que ésta no pueda aceptar el sistema de dictadura fabril asentado en el salario, un régimen de “semiesclavitud”, según Aristóteles, que crea seres no aptos para la participación en la conducción de la sociedad conforme a las reglas de la democracia.
En ello reside el aspecto negativo fundamental del sistema asalariado, y no en la explotación. Ésta, que existe y es muy real, con toda su carga de daño, no es lo principal. Lo que produce el trabajo asalariado como bien fundamental para el orden constituido no son mercancías, no es plusvalía, sino que son seres ¿humanos? aptos, sobremanera aptos, para ser dominados políticamente. El economicismo de la economía política y de sus seudocríticos, Marx en primer lugar, pone el acento en los objetos y en los valores medibles monetariamente, dejando en la sombra lo que es más decisivo: la empresa capitalista como lugar fundamental de constitución de un tipo de seres que se adecuan y son útiles a la dictadura política liberal.
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Examinemos, aunque de manera harto lacónica, la forma más común de práctica amaestradora y modo de inculcación de hábitos del sujeto común que tiene lugar en nuestra sociedad, el trabajo asalariado (también desempeña una función similar el sistema educativo, en especial, la enseñanza universitaria).
Éste, en puridad, es un obedecer constantemente a otros, día tras día durante lo sustantivo del tiempo de vigilia, año tras año, sin participar en la determinación de la naturaleza, fines, significación y procedimientos del acto productivo, sin poder hacer uso de las propias facultades psíquicas, reflexión y volición sobre todo, ni en sus formas colectivas ni en las individuales.
De ahí resulta un sujeto que ha sido hecho, por unos actos de sumisión repetidos infinitas veces durante toda la vida laboral, ininteligente y torpe en todo, sin voluntad propia e irresponsable, además de forzado a ser egoísta (dar lo menos por lo más, en la medida que se pueda, es consustancial al salariado, lo que crea también hábito) e interesado. Asimismo se convierte al asalariado en ente monetizado, hedonista, pues los placeres de los sentidos son la compensación que se otorga a quien ha de dedicar lo cardinal de su tiempo y energía a trabajar para otros, por tanto, a las ordenes de otros, y cosista, además de insociable en lo que más cuenta.
De todo eso se desprende una declinación, dramática por inexorable, de las cualidades intelectuales y morales del sujeto, pues el régimen del salariado es un amaestramiento, durante toda la vida, en los peores disvalores y en los mas execrables vicios, ocasionando una mutilación constitutiva del sujeto, quizá transgeneracional, que no ha de ser admitida en una sociedad razonablemente libre. De ahí que ésta no pueda aceptar el sistema de dictadura fabril asentado en el salario, un régimen de “semiesclavitud”, según Aristóteles, que crea seres no aptos para la participación en la conducción de la sociedad conforme a las reglas de la democracia.
En ello reside el aspecto negativo fundamental del sistema asalariado, y no en la explotación. Ésta, que existe y es muy real, con toda su carga de daño, no es lo principal. Lo que produce el trabajo asalariado como bien fundamental para el orden constituido no son mercancías, no es plusvalía, sino que son seres ¿humanos? aptos, sobremanera aptos, para ser dominados políticamente. El economicismo de la economía política y de sus seudocríticos, Marx en primer lugar, pone el acento en los objetos y en los valores medibles monetariamente, dejando en la sombra lo que es más decisivo: la empresa capitalista como lugar fundamental de constitución de un tipo de seres que se adecuan y son útiles a la dictadura política liberal.
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Examinemos, aunque de manera harto lacónica, la forma más común de práctica amaestradora y modo de inculcación de hábitos del sujeto común que tiene lugar en nuestra sociedad, el trabajo asalariado (también desempeña una función similar el sistema educativo, en especial, la enseñanza universitaria).
Éste, en puridad, es un obedecer constantemente a otros, día tras día durante lo sustantivo del tiempo de vigilia, año tras año, sin participar en la determinación de la naturaleza, fines, significación y procedimientos del acto productivo, sin poder hacer uso de las propias facultades psíquicas, reflexión y volición sobre todo, ni en sus formas colectivas ni en las individuales.
De ahí resulta un sujeto que ha sido hecho, por unos actos de sumisión repetidos infinitas veces durante toda la vida laboral, ininteligente y torpe en todo, sin voluntad propia e irresponsable, además de forzado a ser egoísta (dar lo menos por lo más, en la medida que se pueda, es consustancial al salariado, lo que crea también hábito) e interesado. Asimismo se convierte al asalariado en ente monetizado, hedonista, pues los placeres de los sentidos son la compensación que se otorga a quien ha de dedicar lo cardinal de su tiempo y energía a trabajar para otros, por tanto, a las ordenes de otros, y cosista, además de insociable en lo que más cuenta.
De todo eso se desprende una declinación, dramática por inexorable, de las cualidades intelectuales y morales del sujeto, pues el régimen del salariado es un amaestramiento, durante toda la vida, en los peores disvalores y en los mas execrables vicios, ocasionando una mutilación constitutiva del sujeto, quizá transgeneracional, que no ha de ser admitida en una sociedad razonablemente libre. De ahí que ésta no pueda aceptar el sistema de dictadura fabril asentado en el salario, un régimen de “semiesclavitud”, según Aristóteles, que crea seres no aptos para la participación en la conducción de la sociedad conforme a las reglas de la democracia.
En ello reside el aspecto negativo fundamental del sistema asalariado, y no en la explotación. Ésta, que existe y es muy real, con toda su carga de daño, no es lo principal. Lo que produce el trabajo asalariado como bien fundamental para el orden constituido no son mercancías, no es plusvalía, sino que son seres ¿humanos? aptos, sobremanera aptos, para ser dominados políticamente. El economicismo de la economía política y de sus seudocríticos, Marx en primer lugar, pone el acento en los objetos y en los valores medibles monetariamente, dejando en la sombra lo que es más decisivo: la empresa capitalista como lugar fundamental de constitución de un tipo de seres que se adecuan y son útiles a la dictadura política liberal.
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Éste, en puridad, es un obedecer constantemente a otros, día tras día durante lo sustantivo del tiempo de vigilia, año tras año, sin participar en la determinación de la naturaleza, fines, significación y procedimientos del acto productivo, sin poder hacer uso de las propias facultades psíquicas, reflexión y volición sobre todo, ni en sus formas colectivas ni en las individuales.
De ahí resulta un sujeto que ha sido hecho, por unos actos de sumisión repetidos infinitas veces durante toda la vida laboral, ininteligente y torpe en todo, sin voluntad propia e irresponsable, además de forzado a ser egoísta (dar lo menos por lo más, en la medida que se pueda, es consustancial al salariado, lo que crea también hábito) e interesado. Asimismo se convierte al asalariado en ente monetizado, hedonista, pues los placeres de los sentidos son la compensación que se otorga a quien ha de dedicar lo cardinal de su tiempo y energía a trabajar para otros, por tanto, a las ordenes de otros, y cosista, además de insociable en lo que más cuenta.
De todo eso se desprende una declinación, dramática por inexorable, de las cualidades intelectuales y morales del sujeto, pues el régimen del salariado es un amaestramiento, durante toda la vida, en los peores disvalores y en los mas execrables vicios, ocasionando una mutilación constitutiva del sujeto, quizá transgeneracional, que no ha de ser admitida en una sociedad razonablemente libre. De ahí que ésta no pueda aceptar el sistema de dictadura fabril asentado en el salario, un régimen de “semiesclavitud”, según Aristóteles, que crea seres no aptos para la participación en la conducción de la sociedad conforme a las reglas de la democracia.
En ello reside el aspecto negativo fundamental del sistema asalariado, y no en la explotación. Ésta, que existe y es muy real, con toda su carga de daño, no es lo principal. Lo que produce el trabajo asalariado como bien fundamental para el orden constituido no son mercancías, no es plusvalía, sino que son seres ¿humanos? aptos, sobremanera aptos, para ser dominados políticamente. El economicismo de la economía política y de sus seudocríticos, Marx en primer lugar, pone el acento en los objetos y en los valores medibles monetariamente, dejando en la sombra lo que es más decisivo: la empresa capitalista como lugar fundamental de constitución de un tipo de seres que se adecuan y son útiles a la dictadura política liberal.
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De ahí resulta un sujeto que ha sido hecho, por unos actos de sumisión repetidos infinitas veces durante toda la vida laboral, ininteligente y torpe en todo, sin voluntad propia e irresponsable, además de forzado a ser egoísta (dar lo menos por lo más, en la medida que se pueda, es consustancial al salariado, lo que crea también hábito) e interesado. Asimismo se convierte al asalariado en ente monetizado, hedonista, pues los placeres de los sentidos son la compensación que se otorga a quien ha de dedicar lo cardinal de su tiempo y energía a trabajar para otros, por tanto, a las ordenes de otros, y cosista, además de insociable en lo que más cuenta.
De todo eso se desprende una declinación, dramática por inexorable, de las cualidades intelectuales y morales del sujeto, pues el régimen del salariado es un amaestramiento, durante toda la vida, en los peores disvalores y en los mas execrables vicios, ocasionando una mutilación constitutiva del sujeto, quizá transgeneracional, que no ha de ser admitida en una sociedad razonablemente libre. De ahí que ésta no pueda aceptar el sistema de dictadura fabril asentado en el salario, un régimen de “semiesclavitud”, según Aristóteles, que crea seres no aptos para la participación en la conducción de la sociedad conforme a las reglas de la democracia.
En ello reside el aspecto negativo fundamental del sistema asalariado, y no en la explotación. Ésta, que existe y es muy real, con toda su carga de daño, no es lo principal. Lo que produce el trabajo asalariado como bien fundamental para el orden constituido no son mercancías, no es plusvalía, sino que son seres ¿humanos? aptos, sobremanera aptos, para ser dominados políticamente. El economicismo de la economía política y de sus seudocríticos, Marx en primer lugar, pone el acento en los objetos y en los valores medibles monetariamente, dejando en la sombra lo que es más decisivo: la empresa capitalista como lugar fundamental de constitución de un tipo de seres que se adecuan y son útiles a la dictadura política liberal.
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