jueves, 19 de junio de 2014

La anépdota de Johann Ludwig Heinrich Julius Schliemann

Érase una vez un adinerado y "posible" hombre bien parecido, al que su excentricidad majadera y posterior suerte, convirtió en hombre de leyenda de la arqueología. Este hombre, llamado Johann Ludwig Heinrich Julius Schliemann, tras amasar una fortuna explotando obreros pudo dedicarse a su gran fijación obsesiva, la Grecia clásica.

Schliemann  a la edad de 8 años se proponía redescubir Troya, a los diez años escribió un ensayo sobre este tema, a los dieciséis se fue a trabajar a una droguería y posteriormente emigró a América en busca de fortuna.

El barco se hundió y se quedó en Holanda convencido de ser una señal de la providencia. A los treinta y seis años ya era un rico capitalista. Sin embargo cerró el banco y comunicó a su mujer su idea de mudarse a Troya. Su mujer -de origen ruso- le preguntó donde se encontraba esa ciudad. Schliemann le mostró en un mapa donde pensaba él que se encontraba y ésta pidió el divorcio.

Schliemann puso un anuncio en el periódico buscando esposa. La sóla posibilidad de pegar el braguetazo de su vida, en momentos de matanzas en los cuarteles industriales de producción, hace pensar de la cantidad de ostias entre las féminas por asomar la cabeza.

Schliemann contrajo matrimonio por el rito de Homero y tuvo dos hijos a los que llamó Andrómeda y Agamenón.  Durante el bautizo de sus hijos se leyó la Iliada en lugar del Evangelio.

Tras obtener el permiso del gobierno turco (o más bien Imperio Otomano) y 12 meses de excavaciones encontró "el tesoro de Priamo". Despidió a sus excavadores (como buen burgués él no picaba) y se encerró en casa con el tesoro.

Posteriormente dirigió otra excavación en la que se hallaron esqueletos, máscaras de oro, alhajas y vajillas de aquellos monarcas que se consideraban no habían existido más que en la fantasía de Homero.



Tras encontrar "el tesoro de Priamo" nadie le creyó porque le consideraban un loco. Ironías del destino -si es que existe- para alguien que probablemente estuvo predestinado, porque lo suyo no era normal.