domingo, 19 de mayo de 2013

Secuencia inefable de una existencia

Según cuenta el humano primitivo de 1910, hubo un momento de la era humana en que cualquier analfabeto era un filósofo, perfectamente capacitado para tener unos principios, un saber, un entender, una capacidad para organizarse y de actuar. 
Bajo estos parámetros vivía una clase social de una era muy lejana a la nuestra, con el objetivo de conquistar unos mínimos derechos a corto plazo y dejar en herencia, al menos, un proyecto de vida independiente y autónomo de cualquier esfera o prisma amenazante para su integridad. Estas personas desconfiaban perspicazmente de sus instituciones, por motivos harto conocidos. Al fin y al cabo, este país jurídicamente desde 1812 llamado España, fue el primer país del mundo en presentar un concurso de acreedores.

Según cuenta la leyenda, las huelgas y las luchas no se hacían por dinero, se hacían por solidaridad y la imposición de la jornada laboral de 8 horas por parte de los obreros, significaría la ruina de España. Así, tras una huelga que paralizó el 70% de la industria, con encarcelamientos, etc... se consiguió la jornada laboral de 8 horas.

Obviamente, en nuestra era ya no existe la figura de un trabajador desprotegido. Todos los trabajadores los tenemos cebados como a una vaca que hay que cuidar, alimentar y tener sana, para que podamos pelearnos por intentar asomar la cabeza para alcanzar la ubre, ordeñarla y exprimirla. Ahora tenemos individualidad, independencia del colectivo, unidades monetarias llamadas riquezas, progreso, intercambio cultural y civismo. 

Seguimos jugando para la crisis energética y del agua potable.



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