Bajo estos parámetros vivía una clase social de una era muy lejana a la nuestra, con el objetivo de conquistar unos mínimos derechos a corto plazo y dejar en herencia, al menos, un proyecto de vida independiente y autónomo de cualquier esfera o prisma amenazante para su integridad. Estas personas desconfiaban perspicazmente de sus instituciones, por motivos harto conocidos. Al fin y al cabo, este país jurídicamente desde 1812 llamado España, fue el primer país del mundo en presentar un concurso de acreedores.
Según cuenta la leyenda, las huelgas y las luchas no se hacían por dinero, se hacían por solidaridad y la imposición de la jornada laboral de 8 horas por parte de los obreros, significaría la ruina de España. Así, tras una huelga que paralizó el 70% de la industria, con encarcelamientos, etc... se consiguió la jornada laboral de 8 horas.
Obviamente, en nuestra era ya no existe la figura de un trabajador desprotegido. Todos los trabajadores los tenemos cebados como a una vaca que hay que cuidar, alimentar y tener sana, para que podamos pelearnos por intentar asomar la cabeza para alcanzar la ubre, ordeñarla y exprimirla. Ahora tenemos individualidad, independencia del colectivo, unidades monetarias llamadas riquezas, progreso, intercambio cultural y civismo.
Seguimos jugando para la crisis energética y del agua potable.
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